Liderar con el alma

¿Qué es lo que nos empuja a ir más allá?

Nuestra historia pide paso. La mochila de todo lo vivido, aun cuando ya no pesa, sigue estando ahí. Somos el resultado de la suma de todas nuestras experiencias: incluso las ya curadas.

El alma es un concepto que se resbala de las manos, como el agua. Secuestrada por religiones y filosofías siempre ha sido un cajón desastre al que acudir cuando la lógica, lo material y la razón no encuentran caminos a parte alguna.

De mis años de estudio en teología y filosofía oriental recuerdo una cosa: diferentes culturas, diferentes creencias, diferentes mentalidades, pero todas coinciden en lo mismo: es lo que nos hace únicos.

Es nuestra particular manera de latir en el mundo. Sí, todos tenemos una, aunque la psicología social se empeñe en encapsularnos en patrones, estilos o arquetipos.

Cada ser humano late de forma especial, sale al mundo de forma especial. Somos los propietarios de una obra de arte única e irrepetible. La manera en que cada uno pulimos y esculpimos esta obra de arte es muy muy amplia. Hasta el punto de que no esculpirla tambien es una forma de “dejar hacer” por la mano de otros.

El alma está ahí, en nuestro centro. Es ese espacio de conciencia, semi-sagrado, donde solo cabe uno y su campo de presencia. Se puede sentir, se puede intuir.

Pero el ruido interior nos impide conectar con ella. Una mente agitada no puede percibirla, pasa de largo. Se necesita un tiempo más lento para poder entrever su presencia. Cuando la notas, nada vuelve a se lo mismo. La manera en la que cada uno bailamos con esta “presencia” es lo que hemos venido a hacer. La manera en la que cada cual busca sus propias respuestas es lo que le da forma, la hace perceptible. Es lo que muchos llaman liderazgo personal. Nuestro estilo para gobernarnos a nosotros mismos marca profundamente nuestro caracter. De nuestro caracter dependen muchas de las cosas que vivimos a lo largo del camino.

No puede haber liderazgo personal si no se tiene una relación saludable con la soledad, porque de la calidad de relación con nosotros mismos nace el estilo que expresamos al mundo.

Este arduo camino asusta, y mucho. Es menos costoso llenar nuestros días con un sinfín de cosas que optar por descubrirnos en soledad.

Pero no me refiero a la soledad como consecuencia, si no como opción. La soledad como consecuencia es letal para el alma: nos apaga la vitalidad, nos vuelve pequeños. La soledad como opción es una aventura. Lo que cada uno encuentra es de su propiedad.

Cuenta la parábola que cuando el campesino, mientras andaba por campos desconocidos descubrió los indicios de un tesoro escondido corrió al pueblo a vender todas sus pertenencias para poder comprar aquel pedazo de tierra y conseguir el preciado botín.

A veces, cuando voy a la montaña, siento lo mismo. Entrego todo lo que puedo porque se que lo que deja el intercambio siempre sabe a tesoro. Te lo quedas para siempre.

Vivir desde el alma puede sonar cursi, flojo, pero es una opción, quizá la única para quien busca sentirse vivo.

Nadie que haya tenido algún momento de plenitud puede negar que no sintío una profunda sensación de “sí mismo”. Ese es el sabor del alma.

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